Cerrado en las acequias,
en los contornos, en los sigilos.
Cerrado inutilmente en las persianas.
Cerrando las piernas a la violación
de instigar tu nombre
en el ápice de un crematorio,
sin venas en la sangre.
Cerrando por deshaucio.
Por interés, por monotonía,
por deberte más de cien palabras
que saben botijo añejo,
a diario loco y prófugo de descaro.
Cerrando la vid.
El tinto no me seduce.
La locura es un angel en el filo de la mañana.
Luego, los mediodías saben a cosecha de noviembre,
y pasa la mal acentuada hora. La fatídica, la incomprensible.
No existe. Lo sabemos aun cuando creemos que pasará de largo.
lunes, 13 de octubre de 2014
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