Maldigo
Maldigo, sí, maldigo ese reloj pendenciero
que se alía arbitrario, con el volar de la tarde,
y no nos regala ni un amanecer más,
ni un quejido que rescate su gracia a la madrugada.
Maldigo a lo imposible por su cerrada voluntad,
por su mirar celoso de esbirro encorsetado.
Y a esa tormenta furiosa de sentimientos
que despierta a la culpa en su conciencia.
Me maldigo, sí, me maldigo en este instante,
ingenuo, que me hechiza, me domina
llevándome inconsciente al reino de tu sonrisa
donde mi piel respira la fragancia de la tuya.
Te maldigo a ti, por enamorarme sin piedad
por tenerme sin tenerme, sin tenerte...
Por alimentar esta sed desesperada
con unos pocos momentos robados...
1 comentario:
Comprendo tu rabia, Antonia, y admiro tu intenso poema, sólo que yo no conjugo la palabra maldición, no es de mi uso; pero no resta nada a la belleza, sino que le suma fuerza. ¡Felicidades!
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